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lunes, 30 de octubre de 2017

“Madagascar”, las aventuras de piratas de L.E. Benítez


Debido al blog, todos los años me llegan obras literarias a mi casa por parte de colegas escritores y editoriales. La mayoría las leo y las reseño. Otras no porque, en honor a la verdad, me parecieron horribles o directamente mal escritas. En algunos casos son demasiado simples como para poder decir algo sobre ellas.

Madagascar, del argentino Luis Benítez, fue un caso particular en este sentido.

Me llegó desde la editorial Vestales sin previo aviso, y cuando la estudié por arriba para enterarme de que era ficción histórica, me dio mucha vagancia encararla. Estuvo juntando polvo sobre mi estantería durante una buena cantidad de días hasta que me animé a tomarla.

Todo cambió apenas leí los primeros capítulos. Sorpresivamente, me terminé enganchando muchísimo con esta historia que me parece brillante.

La novela recupera el sentido de aventura de los relatos sobre piratas que leíamos de chicos, si bien lo hace con un tono adulto. Un capitán de quince años (de Julio Verne) y La isla del tesoro (de Stevenson) son novelas favoritas de mi infancia. 

Madagascar le debe mucho a esas obras.

De hecho, la trama denota influencias de Alexandre Dumas, Daniel Defoe, Julio Verne y Robert Louis Stevenson, autores que el mismo Benítez dice admirar. En una entrevista realizada por la misma editorial Vestales (que pueden leer acá) él se explaya respecto a éstas y otras cuestiones.

La obra combina un relato de piratas con uno de conspiraciones políticas. Si bien yo no conocía nada sobre la supuesta Libertatia, habría sido un hecho real. Según la historia, Libertatia fue una colonia utópica establecida en la costa norte de Madagascar a finales del siglo XVII.


Existe una única fuente conocida sobre este asentamiento: el libro del capitán Charles Johnson (un personaje que, se sospecha, podría haber sido el mismísimo escritor Daniel Defoe), Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, publicado en Londres en 1728.

Fue este libro el que inspiró a Luis Benítez a escribir la novela.

«La historia, real o no, me fascinó de inmediato y me puse a investigar al respecto, encontrando poco y nada, más allá de la fuente referida. Eso me gustó más todavía, pues hay que entender que en la llamada “novela histórica” la historia cierta y comprobable debe ser comprendida como escenografía y soporte de la ficción. Si la historia condiciona a la ficción, estamos ante un obstáculo. Esto es: que la historia aporte tiempo y espacio, vestuario, modos de ver el mundo de los hombres de esa época, pero que no le ponga trabas a la imaginación

***

Pasando al ámbito de la novela, la isla en medio del océano Índico (Libertatia) es una república igualitaria fundada por piratas liderados por el capitán Olivier Masson y el extravagante fraile Antonuzzi. A ellos luego se les suma un socio en quien pueden confiar: el joven y enérgico Thomas Taylor (en mi opinión, el mejor personaje).

La obra está formada por capítulos más o menos breves que van intercalando dos tramas. La más interesante consta de fragmentos de un diario que escribió Masson respecto a la fundación de Libertatia. Es el costado más aventurero, si bien consta también de un entramado político y filósófico.

Las narracciones de Olivier Masson, sus finas descripciones de las batallas, sus charlas con Taylor y Antonuzzi hasta largas horas de la noche y sus propias deliberaciones mentales son el plato fuerte de la historia. 

Imposible no sentirse atraído por las anécdotas de este marino.

El autor no sólo investigó muchísimo para crear una trama muy realista (maneras de hablar, vestimenta, ambiente, formas de pensar, etc) sino que además le incorporó los elementos fundamentales para cualquier buen relato de piratas: aventuras, peligros, peleas de espadas, enfrentamientos entre barcos, traiciones, bebidas, mujeres, saqueos.

Los otros capítulos componen un trama política sobre la disputa entre protestantes y católicos en Francia en el presente (año 1693). Allí se encuentra un ya adulto Tom Taylor, encerrado en una prisión y esperando a ser juzgado por sus actos.

En mi opinión, si bien esos episodios tienen su atractivo, no están a la altura del diario de Masson. Me animo a agregar que se vuelven un poco densos en su sección media. No podía esperar a terminar estos capítulos para volver a los piratas.


Más allá de esto, Madagascar no deja de ser una obra absolutamente recomendable para amantes del género.

Benítez sabe administrar el suspenso y la acción, sumando temáticas políticas y filosóficas en el medio. La idea de un estado alternativo con hombres libres (una concepción absolutamente revolucionaria para aquella época, e incluso para nuestros días) está muy bien trabajada.

La tríada de personajes principales tiene un desarrollo maravilloso. 

Uno llega bien a conocer a Thomas Taylor (una especie de pirata a lo “Tom Sawyer”, sagaz, entrador, carismático), a Olivier Masson, un lider natural, y al mal llevado Antonuzzi, quien es el encargado de generar la mayor parte de los conflictos interpersonales, pero quien también es el que organiza toda la cuestión administrativa del nuevo asentamiento.

La narración de Benítez no sólo es muy amena, sino además envolvente. Arrancás los capítulos sintiendo apenas curiosidad, mero interés, y sin darte cuenta estás tan metido en la historia que no querés abandonarla. Es un libro que no quería que termine, y rara vez me pasan esas cosas.

Disfruté mucho de la lectura y la recomiendo. Normalmente le esquivo a la ficción histórica (éste no es un libro que yo habría buscado activamente) pero resultó ser una muy grata sorpresa.

Un último punto que destaco es que Madagascar tranquilamente puede tener dos grandes lecturas. Hay quienes, como yo, lo encontrarán una simple diversión –un relato atrapante que se sostiene gracias a personajes deliciosamente caracterizados, suspenso constante, atracticas temáticas políticas y buenas dosis de acción.

Otros quizás puedan indagar un poco más para reflexionar acerca de las posibilidades concretas de fundar una república libre, una verdadera utopía. En ese sentido, esta novela ofrece un material fuente de valor incalculable.

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jueves, 26 de octubre de 2017

Claves para entender “Stalker” (de Andrei Tarkovsky)


No me odien por poner un título tan clickbait.

La realidad es que mi post sobre las claves para entender “The Mirror” tiene miles de visitas y es literalmente el primer resultado que salta en Google cuando ponés “entender The Mirror”. Todos (me incluyo) queremos comprender un poco más sobre esas películas súper raras que hay dando vueltas.

Además, seamos honestos, ésta también es una a la que no le viene nada mal un poquito de explicación, interpretación y contexto.

Hablamos de la enigmática y extensa cinta rusa, de 1979, extrañamente catalogada como “de ciencia ficción”, que tiene como protagonistas a tres hombres caminando a través de territorios inciertos, en busca de una habitación capaz de cumplir nuestros más preciados deseos.



Voy a tratar de mantener los spoilers al mínimo. De todas maneras, se hace necesario tocar algunos puntos argumentales de la trama.

***

Entrando a La Zona

Stalker (СТАЛКЕР, en su versión original rusa) es una adaptación libre de una historia de los hermanos Strugatsky: “Roadside Picnic” (Picnic a la vera del camino). La película transcurre en un área devastada y parcialmente industrializada conocida como “La Zona”.

En el centro, según se dice, existe La Habitación, un lugar mágico que hace realidad nuestros deseos más profundos. ¿El problema? Alcanzarla implica esquivar todo tipo de obstáculos físicos y mentales.

Durante la mayor parte de la historia seguimos el recorrido de tres personas que conocemos sólo por su profesión: el Stalker, el Escritor y el Profesor. 

En el mundo ideado por Tarkovsky, un Stalker es una persona con las habilidades adecuadas para infiltrarse adentro de La Zona. Su trabajo es el de ser una especie de guía, cobrando un servicio por llevar a la gente hacia aquel peligroso interior.

Él, que también es el principal protagonista, ve a La Zona con algo muy cercano al asombro religioso. Ha viajado tantas veces que ya no le interesa en nada que exista una habitación capaz de cumplir deseos. Lo que es peor, tiene miedo de hacer uso de los poderes porque su propio mentor se suicidó por ello. A pesar de ello, continúa llevando a la gente aunque su mujer se indigne y que la salud de Monkey, su propia hija, se haya visto afectada por los viajes.

El Escritor es un cínico con problemas de bebida. Quiere recuperar la inspiración. Por último, el Profesor dice estar interesado sólo en el costado científico de la cuestión y no tiene interés en pedir ningún deseo. Lleva una pequeña mochila de la que no parece querer desprenderse.

Una profunda meditación

No puedo decir que me haya encantado esta película porque es, ciertamente, muy difícil de ver. A lo mejor es a propósito (en breve vamos a ver que es probable que así sea), pero es una historia muy lenta, demasiado tranquila, donde pestañear puede ser arriesgado por el peligro de quedarse dormido.

Sin embargo, es considerada una de las obras de ciencia ficción rusa más importantes de la historia del cine.

Todos los trabajos de Tartokvsky son así, en algún punto. Profundamente meditativos, serenos, silenciosos. Al igual que otra de sus obras (Solaris), Stalker es un drama humano encapsulado dentro de un relato sci-fi. Visualmente es muy llamativa por utilizar paletas de colores que diferencian al mundo dentro y fuera de La Zona.


Mientras que afuera todo se ve opaco y pobre, con sonidos de maquinaria industrial como un fondo constante, como parte del paisaje, adentro todo es más verde, orgánico, vibrante, en constante movimiento. Esto genera un contraste fuerte con el decaimiento urbano.

«La zona exige ser respetada. No sé qué sucede aquí cuando no hay nadie, pero basta que entre alguien para que todo se ponga en movimiento de inmediato.»

Lo que sí hay en La Zona es un descuido abismal: basura, mecanismos viejos y abandonados, restos de la personas que vivieron veinte años antes y tuvieron que alejarse luego de la catástrofe.

¿El director está hablando de los restos de una guerra? ¿Del comunismo ruso, quizás? Difícil de saber. Lo que sí es seguro es que no se refería al desastre nuclear de Chernobyl, ya que eso ocurrió siete años después. (Curiosamente, Chernobyl sería conocida como “La Zona” y las personas que ingresaban de forma ilegal al sitio abandonado serían llamadas “Stalkers” en honor a esta película).

Como sea, la película es difícil de digerir por su deliberada lentitud. Hay muchísimas escenas prácticamente estáticas, sin diálogos, que se extienden por más de cuatro minutos. Eso, en una película que dura prácticamente tres horas, la vuelve complicada de ver.

La escena más memorable en relación a esto es el viaje que los tres tienen arriba de una carretilla. Son varios minutos de silencio donde el espectador se queda obligado, junto a los protagonistas, a observar el paisaje a medida que se va modificando.

«El espectador ideal para mí mira un film como un viajero mira el paisaje por el que atraviesa en tren.» (Andréi Tarkovski)

Tampoco esperen hallar diálogos cómicos que sirvan para relajar tanto drama profundamente existencial. Una sonrisa en una película de este estilo es más rara que un guión coherente en una película de Michael Bay.

Hay quienes gustosamente hablan del cine de Tarkovsky como “poesía visual”, y creo que hay un poco de verdad en eso. La película transita por lugares muy atractivos, laberínticos y enigmáticos; lugares que son simultáneamente hermosos e inquietantes. La sala llena de arena blanca es uno de los que, inmediatamente, me viene a la cabeza.


Lo que sí es cierto es que, si bien podemos encontrar muchos simbolismos y una narrativa más o menos lineal, el director no nos ayuda en nada a comprender qué es lo que está pasando. Por suerte, hay varias aproximaciones posibles a la película.

Un acercamiento freudiano

Hay quienes han visto en esta tríada de personajes las tres instancias fundamentales del aparato psíquico: el ello, el yo y el superyó.

Según esta idea, el “Ello” sería el Escritor: la expresión psíquica de las pulsiones y deseos más superficiales, en constante conflicto con el “Yo” y con el “Superyó” (los otros dos protagonistas).

El “Yo” sabemos que es una instancia psíquica mediadora entre las otras dos. Desarrolla los mecanismos necesarios para obtener el mayor placer posible, pero dentro de los marcos que la realidad permite. Quedaría representado, en la película, por el personaje del Profesor.

Por último, el Stalker sería el “Superyó”, la instancia moral que constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones.

Stalker y la psicología

La mirada freudiana de Stalker es súper interesante, más porque toda la película se desarrolla más como un tranquilo drama psicológico que como una cinta de acción y ciencia ficción. 

Los elementos futurísticos son inexistentes o apenas se mencionan (al parecer, un Ovni habría caído en el centro de La Zona, generando lo mágico de la habitación, y aquel es el motivo por el cual el lugar está tan custodiado).

La última escena, ya emblemática, es también uno de esos pequeños momentos donde podríamos haber experimentado algo sobrenatural que va más de la mano con otros relatos sci-fi.

Monkey, la hija del protagonista, supuestamente utiliza sus poderes psico-cinéticos para mover un vaso de vidrio (a medida que pasa el tren por detrás, generando movimiento también). Un perro chilla (¿de miedo?). La cámara se aleja. Suena un fragmento del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Es una de las escenas más discutidas en relación a Stalker. Y una de las más bellas también.

Me encanta esa escena porque encapsula gran parte de lo que representa esta película: la idea de que todo lo que vemos podría ser mágico o mundano en partes iguales. Generalmente se deja mucha ambigüedad a la hora de aclarar si La Zona en verdad tiene las características fantásticas que se le adjudican o si es una ilusión que está en la mente de las personas.

Esta indeterminación se refuerza con el final, donde los protagonistas optan por no entrar a La Habitación cuando finalmente la alcanzan. Hay también un efecto hipnótico constante, como si todo estuviera ocurriendo dentro de un sueño, o bajo trance.

El conflicto viene desde adentro

Si bien la película arranca con una pseudo-escena de acción, con los tres escapando de tiros por parte de soldados que custodian la zona, pronto la historia baja varios cambios. Incluso algo más loco es que aunque se menciona que La Zona está llena de trampas, rara vez vemos una. El conflicto central pasa más por las ideologías encontradas de los protagonistas.

Las temáticas que se van tocando son las relaciones entre esperanza y realidad, la necesidad humana del misterio y el peligro, y las banalidades del hombre. El deseo como búsqueda de la felicidad es abordado también. Cada parte tiene su postura respecto a estos y otros temas que discuten a lo largo del viaje.

Para el Stalker, La Zona es el único lugar donde se siente cómodo. Para él cualquier otra forma de vida es una prisión, y el viaje –aquel constante movimiento– le da sentido a su existencia. Es llamativo que dentro del claustrofóbico mundo que se presenta, La Zona es un espacio abierto donde todo es posible, incluso un lugar donde las leyes de la naturaleza están supuestamente suspendidas (por ejemplo, las flores no tienen esencia).

La Habitación pone en evidencia los deseos ocultos de las personas, rellenando las fantasías y sueños que todos llevamos en nuestras mentes. Así, La Zona funciona más o menos como la imaginación, y es así como me gusta pensarla.

Entrar allí implica enfrentarse a un escenario diferente, con un mundo que cambia de acuerdo a quien lo visita. Como una obra de arte que puede interpretarse de diferentes maneras por cada lector o por cada audiencia.

La imaginación atenta contra la mirada literal y materialista del mundo, amenaza con destruir todas las pequeñas categorías en las que el mundo parece necesitar entrar.

A su vez, y acá se hace más evidente el comentario social de la película, la imaginación y la creatividad atentan contra el orden establecido. No es casual que un lugar tan especial, tan mágico, tan diferente al deprimente mundo real, sea fuertemente protegido y defendido por un pequeño grupo de personas armadas.

Stalker como un viaje interior

De esa manera, el viaje en Stalker es una travesía introspectiva hacia el interior de uno mismo. Si el exterior de La Zona representa lo evidente, lo banal, lo conocido, nuestro mundo ordinario (familia, amigos, objetos materiales), el interior es el lugar donde se constituye la vida íntima de nosotros: por eso es silencio, es cambio continuo, es contenedor de los desperdicios que vamos produciendo a lo largo de la vida, es sueños, es imaginación libre.

A medida que los tres se van metiendo más y más en lo profundo de La Zona, vemos que los parámetros de espacio-tiempo se vuelvan menos coherentes, con personajes que desaparecen y aparecen en otros lugares, finales de túneles que nos llevan hacia salas imposibles y todo tipo de ambientaciones que no serían naturales en la vida real.

Tarkovski consideraba que una de las cosas más lindas del cine es su habilidad para distorsionar el tiempo a voluntad del artista (lo mismo, me atrevo a decir, podemos aplicarlo a otras artes como la literatura).  La Habitación en la que los deseos (íntimos) se hacen realidad es el lugar más oscuro de este sistema interno, un espacio hermético, cerrado, en el que ya no es posible engañarse a sí mismo.

Vale también mencionar que, al mismo tiempo, Andréi Tarkovski no creía que sus películas tuvieran un “significado oculto”.

«En ninguna de mis películas se simboliza algo. La Zona es sencillamente La Zona. Es la vida que el hombre debe atravesar y en la que sucumbe o aguanta. Y que resista depende tan sólo de la conciencia que tenga de su propio valor, de su capacidad de distinguir lo sustancial de lo accidental.»

El acercamiento espiritual

Hay otra interpretación interesante en relación a Stalker (y pido disculpas si fui medio desordenado en esta nota). Tiene que ver un poco con todo esto que vengo comentando de la psicología (los tres personajes como versiones del “Ello”, el “Yo “y el “Superyó”) y el viaje hacia nuestro inscosciente, pero en lugar del foco en una sola persona, implica ver en la película como la evolución del hombre en su totalidad, en su humanidad evolutiva.

La Zona y La Habitación representarían las visiones utópicas del hombre. Tres héroes funcionarían como distintos modos de pensamiento en tres periodos históricos fácilmente identificables, lo que indicaría las diferentes respuestas que tienen respecto al mágico lugar.


Bajo esta mirada, el Stalker es la humanidad en su fase pre-moderna: cree en Dios, es supersticioso de La Zona y sus peligros, está siempre preocupado, si bien vive una vida simple con su familia. El viaje hacia La Zona es la búsqueda de la utopía.

El Escritor representa al periodo de la Iluminación. Tiene ideas filosóficas más sofisticadas, vive en un gran mansión, y está condenado siempre a criticarse a sí mismo. Quiere realizarse con la escritura, es antropocentrista (Dios ha muerto, viva el superhombre), se cree una especie de profeta en su tierra. Algunas imágenes visuales de la película refuerzan estas ideas.

Finalmente, el Profesor es la posmodernidad: un científico, un físico que quiere cuantificarlo todo, medir lo desconocido de La Zona. Es metódico, racional (hiperracional incluso). Eventualmente revela sus verdaderos motivos para llegar a La Habitación: es una utopía peligrosa y quiere destruirla con la bomba que carga en la mochila. Es una expresión de la era nuclear, pero en su racionalidad termina provocando más desastres.

Es divertido ver la película con esta perspectiva.

Por ejemplo, la escena en la que el escritor defiende al profesor y golpea al stalker puede entenderse como una expresión de la burguesía oprimiendo al proletariado. Ambos (escritor y profesor) serían como el totalitarismo staliniano, considerándose iluminados y con raíces filosóficas, buscando eliminar la utopía que encontró el stalker en relación a La Habitación.

Palabras finales

Pero no nos vayamos tanto por las ramas. Podríamos seguir tirando teorías locas sobre Stalker (miles lo han hecho) porque es una película tan abierta y ambigua que lo permite.

Lo importante a entender acá es que la película se esfuerza más por generar una suerte de estado hipnótico en el espectador (impulsado por un ritmo lento, la escasez de diálogos y las poderosas imágenes visuales) que en dar una respuesta cerrada y redondita a preguntas que ni siquiera expresa abiertamente.

Creo que la mejor manera de pensar Stalker es como un ejercicio de estilo que hace Tarkovski en cuanto a la trascendencia del ser humano. No es la primera película en tocar esta temática ni va a ser la última.


Esa inquietante escena final.


Es una producción para ver con mucha paciencia; incluso, de ser necesario, en partes. Me gusta pensar que el pantallazo que di en esta nota puede ayudar a apreciarla un poquito más, aunque no dejo de admitir que, como experiencia cinéfila se vuelve aburrida, repetitiva y monótona.

La película está disponible, de forma completa, en Youtube.

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Las locas búsquedas de Google...

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lunes, 23 de octubre de 2017

“No requiere el uso de pilas” (cuento)


Ante ustedes, queridos lectores, un nuevo cuento de mi autoría. Sencillo, tranquilo, nada del otro mundo. El relato transita los géneros del terror y la ciencia ficción, con un tinte humorístico.


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“No requiere el uso de pilas”
(Luciano Sívori)

Era más que un simple robot. La versión seis del Barbet Poodle se veía exactamente como un caniche real, incluido el pelaje fino , su cuerpo proporcionado y ligeramente más largo que alto, el lomo fuerte, y el pecho tan ovalado como ancho. Ningún adulto podría notar su naturaleza cibernética, menos un niño de dos años.

Decidimos llamarlo Odín, en honor al verdadero que había sido arrollado por un auto semanas atrás. A Mateo le explicamos que era el mismo animal, solo que había salido de vacaciones por unos días. “Los perros, como todos nosotros, también necesitan descanso de sus dueños”, le expliqué.

Mateo y Odín se hicieron amigos al instante.

Como todo caniche real, el robot simulaba alegría, fidelidad e inteligencia. Podía recoger la pelota con su boca, nadar, correr y ladrar de felicidad. Lo que era aún mejor, cuando ya comenzaba a ladrar más de lo que podíamos soportar en casa, un conveniente control remoto nos permitía bajarle el volumen a su voz, incluso silenciarlo completamente. Si estábamos cansados de que saltara y buscara juego, podíamos mandarlo a dormir con un solo botón. Y si habíamos olvidado comprarle alimento, un simple comando le borraba el hambre artificial.

Las cosas se volvieron extrañas como al mes de su llegada.

Comencé a notarlo más distante, como sospechando todo el tiempo. Una noche lo descubrimos parado frente a la puerta de nuestra habitación mientras intentábamos tener un poco de intimidad. Jadeaba con la lengua afuera y nos agujereaba con sus ojos láser. Mi mujer me dijo que no le prestara mayor atención, que estaba expresando su devoción eterna, que, a lo mejor, nos habíamos olvidado de quitar su programa de “siempre juguetón”.

Le di la razón, por supuesto. Sin embargo, Odín no dejaba de mirarme con intensidad.

El atípico comportamiento se repitió durante los días siguientes. Si yo estaba mirando televisión, o cocinando la cena, Odín estaba ahí, mirando y mirando.

No puedo afirmar con seguridad cuándo (o cómo) aquella perturbadora idea ingresó a mi mente por primera vez. Lo cierto es que, una vez concebida, me acosó día y noche, igual que la mirada de mi perro robot. Él nunca me había hecho nada malo. Jamás me mordió a mí o a Mateo. Podía mantenerlo a raya con el control remoto. Pero entonces, ¿por qué se me helaba la sangre cada vez que clavaba sus ojos de caniche en mí?

Gradualmente me fui haciendo la idea de que era necesario deshacerme de aquel animal para siempre. Mi decisión se consolidó la tarde en la que no pude encontrar el control remoto por ningún lado. Mientras lo buscaba, pasé por la habitación de Mateo. Él y Odín jugaban muy cerquita uno de otro. Se comunicaban en susurros, o al menos eso parecía. Me acerqué con sigilo. Espié. Intenté agudizar mis oídos. Permanecí inmóvil por minutos y minutos, sin decir una palabra, sin respirar, sin mover un solo músculo. En todo ese tiempo no pude distinguir su conversación.

Cuando comencé a acalambrarme, mi mano resbaló con el marco de la pared y tuve que enderezarme de golpe. El ruido detuvo los murmullos. Me presenté ante la puerta sonriendo, preguntando cómo estaban. Odín y Mateo únicamente me miraron, callados.

Aquel fue el principio del fin.

Le presenté mis sospechas a mi mujer, quien se rió en mi cara. Un perro robot caniche no podía estar “planeando” nada, menos la versión seis, que había corregido un particular error de diseño respecto de su modelo anterior. (Los Barbet Poodle 5 comenzaban a deprimirse luego del cuarto mes desde su encendido, al quinto mes ya no se movían demasiado y al sexto era imposible detener un llanto quejoso. Algunos investigadores neurocientíficos teorizaron que habían aprendido a experimentar una profunda tristeza).

La Noche de los Caniches Eléctricos desperté de pronto ante un disonante lamento. Se asemejaba a aquel sonido ahogado que surge de lo más profundo del ser cuando nos horroriza el sobresalto. A mi lado mi mujer yacía muerta, con los ojos todavía abiertos y una herida mortal en su cuello.

Me apresuré hasta el cuarto de Mateo. No estaba por ningún lado. No pude encontrar a Odín tampoco. En la sordidez de la calle, vi con toda claridad una imagen espantosa: mis vecinos corrían, gritando de terror, los caniches ladraban, las alarmas sonaban. Lancé palabras de rabia al viento, maldije… quise ayudarlos, pero… me desplomé sin fuerzas en el suelo. ¡Qué estúpido! Con la exaltación del momento tardé en sentir una mordida en el abdomen que ahora me carcomía por dentro... Una frondosa corriente de líquido rojo escarlata escapa de mi cuerpo…

Es demasiado tarde.

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viernes, 20 de octubre de 2017

Lista TOP-10: Grandes juegos de PC (Abandonware)


En la quinta entrada dedicada a mis videojuegos preferidos voy a destinar la lista a los juegos de PC que hoy se consideran “abandonware”.

Como término, el abandonware es un poco vago. Hace referencia a programas informáticos (y en especial a los videojuegos) que por lo general tienen más de diez-quince años y ya no se venden en las tiendas o catálogos comerciales, debido a su antigüedad, a que la empresa desarrolladora cambió de nombre, desapareció o se declaró en quiebra (o tienen un estado legal incierto por diversos motivos).

Así, Abandonware no es más que un neologismo utilizado para referirse a todo aquel software viejo que, por una causa u otra, ya no se comercializa ni se le realiza ningún tipo de soporte. La gran mayoría de estos juegos ya no funcionan en nuestras computadoras actuales y es necesario utilizar emuladores de DOS (como el genial DosBox) para hacerlos correr.

Lo positivo es que la gran mayoría hoy son gratis, debido a que no tienen leyes que los abalen, y hasta tienen versiones en HD o remasterizadas para poder disfrutarse mejor. Muchos pueden encontrarse con facilidad en varias páginas de Internet.

El criterio que voy a tomar acá es el de juegos lanzados antes de 1999, por más que no sean específicamente considerados “abandonware”, y que hayan sido exclusivos para PC, o que sean mayormente conocidos en su versión para computadora que en alguna consola de videojuegos.

Por ejemplo: Mortal Kombat II salió en 1994 y lo jugué mucho en mi computadora de chico, pero fue más popular en Sega Genesis y Super Nintendo, por lo que no lo considero en mi top.


martes, 17 de octubre de 2017

Oktoberfest 2017 en Villa General Belgrano (diario de viaje)


Hace muchísimos años que tengo ganas de ir a la Fiesta Nacional de la Cerveza en Villa General Belgrano. Este año finalmente se dio la combinación de oportunidad, tiempo, (algo de) dinero y amigos cerveceros con las mismas ganas que yo.

El Oktoberfest en VGB se celebra tradicionalmente durante el primer y segundo fin de semana de octubre, recordando la cosecha de la cebada en Alemania. Desde que fue declarada “Fiesta Nacional” en 1972, cada año se festeja en toda la ciudad con stands de cerveza artesanal, comidas típicas de centroeuropa, bailes, música y artesanías.


Disfruté mucho del fin de semana, si bien tengo mis reservas respecto a ciertas cuestiones que iré comentando en este diario de viaje. Como siempre me gusta hacer, este es un recuento de algunas anécdotas memorables y unos tips/consejos para quienes quieran sumarse en próximas fiestas.

Los protagonistas de esta historia, además de quien escribe, son Santiago y Christian (célebres participantes de mi viaje por los Refugios de Montaña de El Bolsón el año pasado) y la invitada estrella: Mariana. Los cuatro formamos un grupo con el que supimos convertir los jueves en una juntada sagrada para tomar buena birra.

Comencemos.

***

La logística previa: alojamiento y transporte

Dos cosas debíamos decidir antes de partir hasta Villa General Belgrano en la provincia de Córdoba: ¿Cómo llegamos hasta allá? y, ¿dónde vamos a dormir?

Arrancamos a buscar alojamiento en agosto cuando –luego de varias idas y vueltas y algunos giros inesperados del destino (como que Santiago consiguiera trabajo en Neuquén y se mudara desde Bahía Blanca hasta allá)– nos propusimos firmemente a realizar el viaje.

Este fue un primer error: Villa General Belgrano ya estaba ocupada prácticamente al 100% y no logramos conseguir absolutamente nada.


De esto nos íbamos a perder de no conseguir dónde dormir...

De hecho, costó muchísimo encontrar un techo. Un amigo del laburo me dijo que es mejor reservar en mayo, porque ya en agosto está todo lleno (dicho y hecho). Finalmente conseguimos dos cabañitas muy lindas en Santa Rosa de Calamuchita, un pueblito que queda a 12 km de VGB.

Las cabañas Husy Samy estaban muy completas, bien ubicadas (8-10 cuadras de la terminal) y a precios razonables. Pagamos 1500$ la noche. En una cabaña de dos podían caber, tranquilamente, 3 personas.

La nuestra con Santiago tenía un hidromasaje que nunca usamos, cocinita, parrilla, microondas, utensilios, café, té, etc. Todo muy completo. Por la mañana te dejaban algunas facturitas para el desayuno. (acá pueden leer los reviews de TripAdvisor). La verdad es que yo les habría agregado una pileta, pero más allá de eso, estaban bien.

El otro punto a definir fue cómo íbamos a llegar. Hay detalles menores que no vale la pena aclarar, pero la cuestión es que salimos los cuatro desde Neuquén en auto: 1100 km atravesando Neuquén, parte de Río Negro, la Pampa, San Luis y, finalmente, Córdoba.

Santiago, nuestro conductor de cabecera, se armó un mapa con la mejor ruta para tomar. El GPS hizo el resto.


 Un mapita a la antigua.

Salimos el sábado 14/10 a las 5 de la mañana. Para el regreso, Christian y Mariana se subieron a un colectivo a Bahía Blanca en Río Cuarto y yo volví con Santiago en auto, donde se vivieron algunas otras aventuras locas con la policía. Pero ya llegaremos a eso.

Sábado 14/10 => La salida en auto

Sabíamos que sería un viaje largo (interminable para algunos) por lo cual teníamos encima unos ricos mates, galletitas y unas 40 empanadas de carne que, convenientemente, yo había preparado el día anterior. También teníamos 6 CD´s con música de todos los géneros, desde reggaeton y pop levantador hasta metal romántico, pasando por rock nacional, música corta-venas y rock clásico.



Por mi parte me llevé dos libros para leer: Madagascar, del argentino Luis Benítez, una fascinante historia de aventuras y piratas que ya voy a reseñar en el blog, y una antología de cuentos hermosa, obsequio de Marcelo Kisilevski, un compañero escritor de la comunidad de Literautas.com.

El viaje fue muy tranquilo, excepto por una pobre paloma a la que se le hizo la noche al atravesar la parrilla del auto. Estúpida paloma.

En San Luis nos decepcionamos bastante con el estado de las rutas, que estaban llenas de pozos y baches traicioneros (de hecho, nos comimos uno bastante fuerte). Por otro lado, había escuchado que la provincia se jactaba de tener wi-fi en todos lados: nada más lejos de la realidad.

Zafamos (zafé) de una infracción en la frontera entre San Luis y Córdoba por no tener puesto el cinturón. Una mentira rápida, astuta y eficaz de Santiago nos libró de pagar. 

De más está decir que nunca más me saqué el cinto durante el viaje.

Llegando a Córdoba, hicimos todo lo humanamente posible por evitar multas, ya que los cordobeses tienen la fama de hacerte pagar por cualquier cosa. 

Los consejos a seguir son sencillos: no pasar de 110 km/h, tener las luces bajas, hacer guiños al cambiar de carril en la autopista y siempre tener cinturones abrochados.

Lo que sí es destacable es la nueva autopista cordobesa, que es una maravilla. Felicitaciones a la provincia. Es un placer viajar por esa zona. (San Luis => apestás. Aprendé de tus vecinos).

Llegada a Santa Rosa de Calamuchita

Luego de 11 horas con el culo arriba del asiento, llegamos a Calamuchita a eso de las 3 o 4 de la tarde. En las cabañas los chicos se acostaron un rato mientras que yo aproveché a leer y recorrer un poco (odio dormir siesta). Nuestras vecinas eran un grupo de santiagueñas ultra tatuadas, en la cabaña detrás, y unas simpáticas porteñas, en la cabaña de adelante.

Más tarde nos dirigimos a pie hacia la terminal para subirnos a un colectivo que nos llevaría hasta VGB. Esa era una preocupación inicial, pero al final resultó ser bastante sencillo.

Hay, por lo menos, dos o tres líneas que salen cada media hora a los distintos pueblitos de Córdoba, con lo cual no es complicado llegar desde Calamuchita hasta Villa General Belgrano. El colectivo Pájaro Blanco, por ejemplo, nos costaba 38$ el viaje, mientras que Buses Lep cuesta un poco más (45$) porque es más cómodo.


Siempre que subimos estuvimos acompañados de cordobeses que, desde temprano, agitaban con cantos, música y arrancaban a chupar arriba del colectivo. El viaje, por suerte, dura apenas media hora. De todas formas, los mismos pibes que veías cantando y haciéndose los copados en el colectivo se volvían medio pecho-fríos al bajar.

El centro de Villa General Belgrano

Había estado en VGB hacía muchos años (casi una década, desde que hice un viaje por todas las sierras de Córdoba con mi familia), por lo cual no lo recordaba demasiado.

Al pisar el pueblo, lo primero que quisimos hacer fue conseguir un jarrón donde poder verter nuestra cerveza. Este representó uno de los tantos errores económicos que cometimos durante la travesía. Estábamos tan deseosos de comenzar a tomar birra que terminamos comprando mal y caro.


Foto con dos guachines...

Para que no cometan el mismo error que nosotros, busquen un local de jarrones que está al lado del Banco Macro, sobre la calle peatonal principal. Tiene más variedad y mejores precios que cualquier otro lugar que hayamos visto. No sean como yo, que caí en una trampa de turista y terminé pagando 70$ extra por mi jarroncito de cerveza.

La onda del lugar es que uno puede tomar cerveza tranquilamente en la calle, mientras que en cualquier otro momento del año esto es ilegal en la ciudad (y en el resto del país también). Caminar por la calle con tu jarrón de cerveza, intercambiando palabras alegres con todo tipo de gente, sentándote en ronditas en las plazas, es un placer enorme. Para mí es una excelente forma de pasar una tarde.

Nuestra primera parada (otro de los tantos errores antes mencionadas) fue en El Viejo Munich, un restaurant que se jactaba de tener “excelente cerveza artesanal”. Grave, gravísimo, error. Su cerveza no sólo no era ni siquiera pasable, sino que además nos tocó una moza que parecía estar al borde de un ataque de nervios.


Compramos cuatro pintas y unas papas. Cuando la chica nos trajo la bandeja se quedó, literalmente, parada con la mirada fija, colgando por unos segundos. Como si se le hubiera apagado el procesador. Parecía a punto de largarse a llorar. Actuaba de forma tan extraña que hasta nos dio un poco de miedo que, de hacer algún chiste poco sensible, ella quebrara ahí nomás.

Afortunadamente, en frente encontramos un lugar de recarga que tenía cerveza más pasable, aunque pronto descubriríamos una aterradora verdad: los cordobeses no saben hacer buena birra, y tampoco les importa.

A la gente del pueblo le da lo mismo tomar una supuesta artesanal que una Isenbeck, las cervezas te las vendían por “colores” (en lugar de mediante estilos) y ningún cervecero cordobés era capaz de hablarte de forma más o menos técnica sobre su producto. 

Las charlas que se daban eran más o menos así:

NOSOTROS: ¡Hola! ¿Tienen cerveza artesanal?
CORDOBESES: Sí, claro, obvio. ¿Adónde te pensás que estás, papá?
NOSOTROS: Uh, genial, queremos recargar nuestros jarrones que pagamos a un precio desmedido por apurarnos en la compra. ¿Qué tipo de cerveza tienen?
CORDOBESES: ¿Cómo “qué tipo”? ¡Tipo artesanal!
NOSOTROS: Sí, sí, claro, pero... ¿de qué estilo? IPA, Honey, APA, Scottish, Porter...
CORDOBESES: Eh... tipo artesanal... eh... negra, roja y rubia... No, pará, negra y rubia no hay. Sólo roja. ¿Quieren o no?
NOSOTROS: (-.-)

Christian, quien tiene una historia de decepciones con los cordobeses que data de varios años, era a quien menos le daban risa este tipo de conversaciones.


Paseamos por el pueblo, estuvimos averiguando para ir al predio al día siguiente. En un momento nos terminamos sentando a comer unas típicas salchichas alemanas.

Admito que estaban ricas, si bien costosas. Por 220$ te daban una salchicha con queso y panceta más una guarnición escasa de papas fritas a la barbacoa. Si me preguntan, no le habría dicho que no a una salchicha más.

Durante esa tarde cruzamos palabras con bastante gente, que venía de todos lados. No me encontré con tantos extranjeros como habría esperado. Si charlé con algunas tucumanas divertidas, gente de Buenos Aires (muchísima) y muchos ebrios horribles con la lengua demasiado suelta como para adivinar su procedencia.

Llegamos a casa alrededor de la medianoche. La verdad es que estábamos todos muy cansados.

Domingo 15/10 => Embalse Río Tercero

El domingo fue un día intenso por la cantidad de cosas que hicimos. Yo me levanté un poco antes que el resto, porque cada vez soy más viejo choto y duermo poco. Temprano vi el capítulo de Dragon Ball Super (un clásico del fin de semana) y avance con algunos otros videos de Youtube mientras me tomaba un café.

El día estaba hermoso. Soleado y sin viento. Tomamos unos mates afuera, decidiendo qué hacer. Una opción era quedarse en las cabañas, jugar unas cartas, tirar algo a la parrilla. En su lugar decidimos salir en el auto a recorrer la zona.

Llegamos hasta el mirador de Embalse Río Tercero, donde sacamos fotos, compramos algún que otro salamín (yo sólo me dediqué a comer estratégicamente de las muestras gratis) y tomamos unos mates rodeados de turistas, naturaleza y muchos puestos de artesanías.





A mitad de la ruta encontramos una parrilla libre que nos tentó: Locos por la Parrilla. Por 220$ (sí, lo mismo que habíamos pagado el día anterior por una mísera salchicha) podríamos comer toda la carne que quisiéramos.

Llegamos a las 11 y pico a almorzar y nos fuimos varias horas después. El lugar, en cuanto a comida, es recomendable. Sin embargo, todo llegaba con muchísima demora. Creo que es algo más relacionado con la idiosincracia del cordobés, porque esa “paja” para atender (y para hacer cosas en general) la vivimos en varios otros momentos también.


La entradita de la parrilla jugaba en primera.

Comimos muy bien, pero los platos con la carne que pedíamos llegaban a intervalos de veinte minutos a media hora. Un desastre en ese sentido. Al regreso llegó la siesta de los demás y luego nos preparamos para el evento principal: el predio del Oktoberfest.

El predio del Oktoberfest

Este año, a diferencia de otros anteriores, la fiesta principal no era en el centro sino en un predio a unas 15 cuadras desde la peatonal principal, en el Bosque de los Pioneros. También existe un colectivo gratuito (Bier Bus) que sale desde la terminal y te deja en la puerta, para los más vagos que no quieren patear.

Me alegro de haber caminado porque ya ahí te cruzabas con un montón de gente yendo y viniendo. Allí le avisamos a un pibe que tenía un pene dibujado en su frente (el pobre se llevó una sorpresa poco grata) y vimos a un pequeño spiderman sacándose una foto con un vikingo, un momento demasiado tierno con el que casi nos largamos todos a llorar.


La entrada estaba bastante salada (500$). Pudimos haber conseguido algo más barato comprando anticipadas. Una lástima. Por suerte podían sacarse las entradas con tarjeta de crédito/débito, lo cual fue genial porque ya ninguno contaba con mucho efectivo y los cajeros de la ciudad no tenían dinero (¡otra cosa fundamental a tener en cuenta!)

Este valor era el más caro porque el domingo era el evento principal y más grande. Al ingresar no nos arrepentimos para nada de haber pagado, ya que el lugar –por lo menos eso me pareció a mí–era fantástico.


El primer dato fundamental es que ahí podían conseguirse cervezas no más caras que en el centro (200$ el litro, aproximadamente) pero de una calidad muy superior. El motivo era claro: allí estaban los grandes cerveceros nacionales como Antares, que tienen un amor (y conocimiento) mucho más grande por la birra que el cómodo cervecero de pueblo cordobés.

Se hace díficil describir la inmensa cantidad de momentos y situaciones que se vivieron en esa divertida noche. Menos aún hacerlo en orden cronológico. Hicimos ronditas aleatorias con gente random, nos cruzamos varias veces con un par de divertidos uruguayos, saltamos la soga (en un intento fallido de obtener 30% de descuento en birra) y vimos varios espectáculos y juegos para beber.

Hubo una banda que tocó, Willy Weimer Polkarock. Le puso mucha onda a la noche. (Acá pueden conocerla en vivo).

La atmósfera que se vivió en el lugar fue increible. Todos tenían buena onda para charlar y reír. Los policías estaban para brindar seguridad, no para ponerse la gorra.

Hay algo en este tipo de fiestas que me encanta. Siempre odié los boliches porque: (1) odio bailar y (2) amo charlar/hablar/boludear (la música del boliche no te permite eso). El predio lograba un equilibrio entre un ambiente tipo boliche, con mucha gente (aunque igual era posible transitar) y mucha música, pero al mismo tiempo era perfectamente posible hablar sin tener que andar a los gritos.


Entre algunas otras anécdotas, que fuimos recordando al día siguiente, es posible mencionar una guerra de sillas entre Santiago y Mariana, una buena cantidad de fotos perturbadoras comiendo salchichas, la terrorífica presencia del payaso Pennywise, las dos personas con máscaras de viejas que te clavaban un pico y un gorro que, misteriosamente, le desapareció a un ebrio que dormía sobre un árbol y apareció, como por arte de magia, en la cabeza de Santiago.


Después de dos o tres birras, todos flotan...



La dama y el vagabundo, versión ebria.



Una de esas dos viejas me clavó un pico. No QUIERO recordar cual.



"¿Vos viniste con tu novio y los boludos de sus amigos? ¡Vení, saltá la soga conmigo!"



Sabias palabras.





Este flaco se pegó un palo bárbaro pero igual posó para mi foto.




Ciertamente, una noche muy memorable.

Lunes 16/10 => El regreso

Durante toda la vuelta en auto fui pensando lo mismo: qué lindo que estuvo y qué pena que fueran tan pocos días. Debido a nuestras apretadas agendas, no fue posible estar más tiempo por allá. Me parece que faltó un día en el que pudiéramos relajarnos un poco más.

En el afán de querer probar y conocer todo, estuvimos siempre apurados. En su lugar, debimos habernos tomado el tiempo para desacelerar (algo que a mí me cuesta muchísimo, y más en un viaje). Al final, uno termina más cansado en las vacaciones y logra descansar apenas lo justo y necesario para seguir.

Oktoberfest en Villa General Belgrano es súper disfrutable cuando uno tiene en cuenta ciertas cosas. Primero, que la birra dentro del pueblo no aprueba, por lo que no es necesario desesperarse por consumirla. Más vale tomar una Heineken o un vino en el centro y guardar el dinero para la buena birra en el predio, donde están las mejoras cervecerías con sus stands.


Segundo, es un viaje largo para los que venimos del sur, por lo que estar dos días no termina de rendir. Lo ideal, en mi opinión, es estar cuatro: viernes, sábado, domingo y lunes. Hay muchos pueblitos cerca de Villa General Belgrano que valen la pena para recorrer y conocer.

Es importante también empezar a organizarse desde muy temprano, particularmente en cuanto al alojamiento. Lo mejor es conseguir techo en Villa General Belgrano, para aprovechar mejor los tiempos allá.

Por otro lado, cuántos más amigos sean en este tipo de lugares, mejor. Nuestro grupo de cuatro fue bastante perfecto por los lugares en el auto y porque siempre podían armarse grupitos de dos para cuando nos separábamos.

Es cierto que conocés a gente de la vida, y terminás a los abrazos con cualquier desconocido, pero las historias y anécdotas más recordables se quedan siempre en tu grupo de amigos.

Como lugar para conocer, lo recomiendo mucho. Si bien, en mi caso no creo que vuelva en ningún tiempo cercano porque queda muchísima más Argentina por visitar.

El viaje de regreso fue un poco así, meditabundo, espiritual, reflexivo. A Christian y a Mariana los dejamos en Río Cuarto, donde tomaron un colectivo a Bahía Blanca, y con Santiago seguimos hasta Neuquén, charlando/analizando el viaje, escuchando buena música y tomando unos verdes.


Eso sí, porque en Argentina es prácticamente inevitable, nos comimos una multa. En la frontera San Luis – La Pampa, un control policial nos hizo la infracción por tener el matafuegos vencido. 

¡C'est la vie!

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Los círculos rojos ERAN necesarios.

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